Un movimiento fijo, pero a veces sin rumbo… Repetitivo, y sin sentido alguno a veces. Como si estuviera destino a repetirse de por vida, sin objetivos, sin reproches, sin otras posibilidades, con sólo sentido y nada más que eso. No comprende otra forma de “pensar”, ni ninguna otra manera de actuar.
Simplemente es así.
A veces se me ocurre pensar que mi vida, en específico, es un vaivén sin fin. El simple hecho de que sea una especie de estire y afloje de cualquier situación me hace reflexionar sobre si todas las situaciones que se me presentan son más que eso o simplemente son lecciones que aprender.
Me acuerdo de mi infancia, de lo simple que eran las cosas en esos momentos. Bastaba con decir “lo siento, fue sin querer” para resolver CUALQUIER problema. Incluso las relaciones amorosas eran más simples. Un beso en la mejilla era suficiente para consolidar una relación con una niña y que era, incluso peor, que decir groserías (cosa que en esos años era sumamente prohibido… Decir “tarado” era delito penado con la muerte). O cuando perder un “tazo” era más fuerte y decepcionante que perder un año de escuela. Extraño mucho esos días en que realmente todo era muy simple, sin responsabilidades y demás.
Era un día muy bello. El sol incitaba a salir a caminar un rato, lo cual era extraño porque normalmente hace calor y a las personas les es imposible salir ante semejante temperatura, pero ese día decía lo contrario. Decidí salir a caminar, a pensar sobre lo que hago y lo que pienso, lo que haré y como quiero pensar.
Caminé por la avenida principal que está saliendo de la residencial donde vivo y observo como las personas ejercen diferentes actividades a lo largo de mi trayecto. Una señora cocinando en su pequeño negocio de quesadillas y empanadas, un empresario que hablaba por el celular (aparentemente cerrando unos contratos) y un pequeño niño que jugaba en el asfalto con un carro de juguete.
La señora parecía enojada, no se veía nada feliz. Su mirada, su forma de preparar la comida era un poco desesperada. Se veía agitada y triste mientras hacía sus labores. Inocentemente le pregunté si estaba bien, por educación claro está, y respondió fríamente “No te interesa niño, déjame trabajar en paz. Tengo muchas cosas que hacer”. Nada sorprendido por su respuesta decidí seguir con mi camino hasta llegar, a unos cuantos pasos de ella, al supuesto empresario.
El empresario se veía agitado pero con ánimos de seguir adelante. Intenté la misma prueba con él, pero con una pregunta distinta. Me acerqué y con tono amigable y respetuoso le pregunté “señor, ¿cómo está su día?”. Ligeramente molesto me dijo “Va bien, muchacho. Pero ahora estoy muy ocupado, ¿podrías dejarme terminar con esto, por favor?”. Nuevamente me retiré con discreción y pensante sobre lo que acababa de suceder.
La señora parecía totalmente desagradecida con lo que tenía y, aparte, únicamente hacía lo que hacía por deber, no por gusto. Recapitulando también al señor empresario me di cuenta de que él se notaba un poco más gustoso haciendo los tratos (o eso creía que hacía) y ejerciendo su trabajo, pero aún así lo noté un poco molesto por mi intromisión a su día. “Adultos”, pensé “muy ocupados en lo suyo para preocuparse por responder una pregunta de alguien que se interesa por ellos”. Es cierto que los problemas a esa edad son mayores, pero no por eso hay necesidad de ser groseros.
Continué mi camino y no muy lejos encontré al niño que vi antes. Decidí ver si realmente podía responder la pregunta que le hice a los anteriores. Esta vez algo mucho más sencillo como “¿a qué juegas?”. El niño volteó, me miró a los ojos fijamente y me dijo:
“Nada, vete estoy jugando…”
Atónito y confundido me levanté de golpe y regresé por el mismo camino. Pensé que el niño, el alma noble que le corresponde, me diría algo más alegre, algo mucho más amigable; pero no fue así. En el camino de regreso escuché cómo la señora le gritaba al empresario que cuidara al niño y este simplemente no le hacía caso. El niño los veía fijamente con cara de tristeza casi al borde de las lágrimas. Supuse que la señora era la madre del empresario, y que este era el padre del niño. No podía creer como 2 personas habían deshecho la pureza del niño de manera tan cruel y, peor aún, sin sentir remordimiento alguno.
Regrese a mi casa, sintiendo coraje y decepción por las personas que me hicieron ver tan cruda realidad. Me senté en un sillón, miré al techo y no hice más que mirarlo fijamente por 20 minutos. Mi papá estaba de regreso después de dicho tiempo y me preguntó curioso que qué tenía. Le conté lo que observé y analicé. Con una cara que expresaba una tristeza profunda y con un nudo en la garganta me dijo:
“Perdóname hijo”
Lo miré atentamente a los ojos y con una expresión de incertidumbre le pregunté “¿de qué te disculpas, papá?”. Me respondió muchas cosas, cosas que él había hecho semejantes a lo que sucedió con la señora, el empresario y el niño; cosas que hizo incluso con complicidad con mi mamá, con mis tíos y tías, y con demás personas que conozco.
Después de lo confesado, no podía decir una palabra. Estábamos ahí los 2 sentados mirándonos a los ojos y con muchas cosas que decir y pocas palabras que lo podían expresar. Me levanté de mi asiento, me dirigí hacía él y le dije directamente “no tienes por qué disculparte”. Me dirigí con el mismo ritmo a mi habitación a reflexionar sobre lo que mi papá había confesado y sobre lo que yo podía hacer ante ello.
Para mí, los problemas son como un vaivén, como dije anteriormente. Un ciclo sin fin, un eterno estire y afloje. Pero pensé otras cosas también. Que el vaivén que se me presenta todos los días es un recordatorio de que no hay nada estable ni seguro en esto. Que simplemente es una respuesta de tus acciones y que, por más que queramos que ese columpio vaya hacia dónde vamos, siempre regresará a donde comenzó, donde se originó todo este embrollo en el que todos estamos metidos.
El vaivén que vivo yo, es uno insignificante en comparación a los demás que conozco y estoy consciente de que existen. Aunque comparar no es la mejor opción puedo entender que hay cosas más graves que las mías.
Dice mi papá, citando a un filósofo muy famoso:
“Durante mi vida me han acechado un sinfín de terribles problemas, y algunos de ellos han sido ciertos”
Palabras que siempre rondan en mi cabeza, haciéndome pensar 2 veces antes de decir que mis problemas son fuertes. Yo creo los problemas según dice tal dicho, y yo también soy el que los hace grandes o pequeños según sea el caso. ¿La meta? Entender, asimilar. Comprender y aprender. Reflexionar y actuar. Diferentes acciones que marcan la gran diferencia entre actuar sabiamente y actuar estúpidamente.
Aún sigo pensando que el vaivén en el que vivo es un simple movimiento fijo, sin rumbo y sin derecho a cambiar. Que estoy destinado a vivir ese mismo movimiento para toda la vida.
Pesimista, ¿no?
Realista diría yo. Pero a final de cuentas es algo que, como ser maduro que aparento ser, debo afrontar.
Estoy bastante confundido en estos momentos, este mareo que siento, y esta inquietud me están casi matando. Quiero saber qué será ese tipo de sentimiento que me agobia.
¿Será el vaivén? ¿O será otra cosa?
Sólo escucho un rechinido extraño, como de algo oxidado o algo que ya no sirve más. Quizás ese columpio que hace dichoso movimiento ya no sirve.
En fin, ¿estaré delirando?
El pueblo habla